jueves, 23 de enero de 2014

Capítulo 9: ¿Quieres venir conmigo al baile, Katniss?

Huoola chic@s!!! Hoy estoy feliz (gracias a Vanilla por tus coments ^^) y por eso adelanto este capítulo. Genial, ¿no? Eso sí, la reserva de capítulos se está acabando, pero bueno... alegría!!!! Venga, que hoy he sacado una buena nota y... estoy MENTALMENTE DESORIENTADA. Con eso no hacen falta más aclaraciones, ¿verdad? ;))


Capítulo 9: ¿Quieres venir conmigo al baile, Katniss?

Me giro rápidamente, apretando el borde de la mesa con las manos hasta decir basta, como si así comprobara que esto es real.
«Te necesito, tengo pesadillas con que no vuelvas, porque estoy segura de que no lo vas a hacer»
Pero no, no puedo decirle a Peeta eso después de el  «Supongo que ya no te debo nada, así que no hace falta que te acerques a mí» ¡Que no hace falta que te acerques a mí! Estúpida hipócrita con sentimientos. Claro que necesito que se acerque a mí, que esté conmigo, todos y cada uno de mis días. Porque necesito sentirle, saber que está ahí, por mucho que mintiera. Sólo espero que tuviera una buena razón.
Le miro con ojos como platos, totalmente hundido. Ojeras (como yo, por lo de gritar a viva voz en pesadillas toda la noche y tal), labios cortados (como yo, por culpa de los nervios. Además, sentir dolor me ata a la realidad), ojos inyectados en sangre (como yo, por llorar). Puede que se le haya muerto alguien.
¿Y ahora qué hago? ¿Me disculpo? ¿Espero a que lo haga él? ¿Me lanzo a sus brazos? ¿Rompo a llorar? ¿Pierdo del todo la cabeza? ¿La pierdo por él? Demasiado protocolo. Me duele la cabeza, mucho. La noto palpitar. ¿Las cabezas explotan?
- Esto no tiene sentido -susurra, arrodillándose junto a mí-. Soy yo el que debe sentirse así, no tú, Katniss -parece que también sabe observar. Soy yo la que lo ha perdido a él, y está así. Eso sí que no tiene sentido.
«Pero yo no puedo evitarlo -pienso-, yo sí que te amo ti»
Sólo le miro a los ojos e intento recordarlos tal y como son, para que mis pesadillas sean más realistas.
- De verdad -se aclara la garanta y baja una octava-, ¿de verdad querías ir al baile conmigo?
No me inmuto. Por fuera, claro. Por dentro se desata una alarma que me deja sin aliento y noto como el pánico me hace cosquillas en el estómago, acompañando al gran agujero del pecho. ¡¿Estaba escuchando?! ¡¿Ha escuchado todo, todo?! Por Dios.
«Sé fuerte y dilo, dilo porque no vas a tener oportunidad mejor. Quizás no tengas otra oportunidad»
Asiento lentamente con la cabeza, tragando saliva para ver si la bola que tengo en la garganta baja de algún modo.
Sonríe a pesar de sus llorosos ojos y su demacrado aspecto. ¿Es por mí? A pesar del mío, me alegro de que él sonría, aunque no sepa porque, porque sólo me importa que sea feliz. Ahora entiendo a Prim.
- Háblame, por favor -susurra.
«Katniss, ¿te ha comido la lengua Buttercup? Allá vamos. Tú no eres cobarde.» 
- No-no-no quiero que-que… -susurro. Por mucho que trague, la bola no desaparece y no me permite hablar. Vaya valiente.
Aprieto los puños contra mi impotencia. Odio perder el control. Sé que puedo recuperarlo, puedo hacerlo, soy valiente, yo puedo… pero no antes que él.
- No estaré cerca de ti si no quieres -declara, de la forma más triste que he visto hacer a una persona. Roto. No queda ni rastro de la anterior sonrisa.
Ahora es cuando noto cómo el alma se me parte en dos y ese agujero gana hasta no dejar nada de mí. Me desgarra el alma.
- ¡No!  -grito con voz ahogada. Me dirijo a abrazar a Peeta, tal cual como está arrodillado, cuando vuelvo a pensar y lo cambio por ponerme de pie, nerviosa. Empiezo a respirar muy deprisa. Respirar deprisa me pone más nerviosa (huele a Peeta) y recurro a morderme el interior de las mejillas, como siempre. Tengo que controlarme, parezco una loca. Quizás lo esté. ¿Estoy loca? El deprimente estado en el que vivo podría empujarme a ello, pero sería perder. Creo que una depresión no me la quita nadie, pero no llego a estar loca.
 Me inclino sobre la mesa y le clavo las diez llamas. 
Veo por el rabillo del ojo como Peeta también se pone de pie.
No puedo aguantarlo más, por mucho que muerda, apriete o provoque dolor, nada puede hacer que esto se disipe. Pero debo reprimirme, así que aprieto los dientes.
- No hice bien. Debí haberte llevado a casa, haberte acompañado, comprobado que estabas bien -le miro. Esto no puede ser cierto- Me comporté mal contigo y… y pensé qué si no hablaba de ello, quizás creyeras que fue otro quién lo hizo. Qué ese no era yo.
Me abalanzo sobre él, porque no lo aguanto más. Le rodeo el cuello con los brazos antes de qué me diga que no, y aprieto mi cuerpo contra el suyo todo lo que puedo. Sentirle tan cerca, tan cálido, me devuelve la vida que me ha quitado estos días de absentismo. Me hace volver a sonreír.
- Eres un estúpido -digo contra el ángulo de su cuello.
Me rodea con sus brazos y entierra su nariz en mi pelo. Respira profundamente. Niega con la cabeza y se separa lo justo para poder mirarme a los ojos sin bizquear.
- Debí haberte ayudado -insiste. Me mira con sus hermosos y azules ojos mojados.
- ¡Lo hiciste! -insisto yo también- Eres el único que realmente lo hace, que lo hizo. Esos dos podrían haberme…
Me recorre un escalofrío que no me deja hablar más, así que me aproximo a la fuente de calor más próxima justo cuando ella se aproxima a mí, y cuando las manos de Peeta acarician mi espalda, todo lo demás se va.
- Jamás -susurra a mí oído- te harán daño.
Se inclina un poco hacia atrás y aparta un mechón caído de mi moño. Nos acercamos un poco, pegamos de nuevo nuestros cuerpos, apoyo mis manos en su pecho, me rodea por la cintura. Esta vez el corazón no se me va a salir del pecho. Todo esto es natural, aunque lo sienta como una bendición caída del cielo. Cada vez que su rostro está más cerca yo acerco el mío un poco más, hasta que acabamos pegando nuestras frentes. Noto su corazón palpitar fuertemente, golpeando mi pecho como si llamara a la puerta. Paramos, juntos, para disfrutar de la proximidad del otro. Acaricia mis brazos, dibujando figuras curvilíneas sobre mi piel, mientras yo me dejo llevar y atrapo entre mis dedos unos mechones rubios cerca de su nuca. La piel se le pone de gallina y sonríe, sin dejar de dibujar fantasmas en mi brazo.
- ¿Eres tú el chico? -dice una voz aguda de forma hostil.
Flavius aparece por un lateral y nos separamos de forma automática. Tengo que dejarle ir. Esto, esto no está pasando. ¡Todo era perfecto! Bueno, al menos lo he recuperado. Sí, lo he recuperado y ahora… en realidad él no es mío y yo no soy suya. Puede que yo sí sea suya en cierta manera, pero ahora mismo podría besar a Flavius y no tener que dar explicaciones. Ufff, prefiero no hacerlo.
Peeta está perplejo.
Flavius, desesperado, dibuja un círculo en el aire con la muñeca derecha y suspira, apoyando la otra en su cadera. Eso ha tenido que llevarle años de entrenamiento.
- El que le ha roto el corazón.
Se me revuelve el estómago. Peeta me mira, buscando una respuesta.
- ¿No? -pruebo. Que bien lo hago- No, no -me recompongo con cada letra y hago como si no fuera nada-, nadie me ha roto el corazón Flavius -digo de forma simpática.
Arquea las depiladas cejas. Le lanzo una mirada furibunda y, así de primeras, parece ofendido. Parece que le vale y vuelve a su puesto junto al tocador.
- ¿Me perdonas? -dice Peeta.
- No puedo culparte por ser estúpido -contesto, encogiendo los hombros.
No sé porque, puede que sea por la falta de cariño o el no haberle tocado en días, pero me acerco y vuelvo a abrazarlo con todas mis fuerzas.
- No vuelvas a hacerlo, ¿vale? -le susurro.
- Siempre me quedaré contigo.
- Eso me gusta más.
Poso un beso sobre su ardiente mejilla (¿cómo lo hará para ser siempre tan cálido?) y me entrego de nuevo a Flavius.
Nunca creí que una sesión de belleza pudiera dejarme mejor.



***


- Gracias por todo Cinna.
Le abrazo y recojo la pesada bolsa amarilla que contiene mi vestido. Está cerrada de forma hermética, para que el temporal no maltrate mi vestido. Cinna es un genio.
Madge y yo salimos a la calle. Una corriente de aire helado nos azota y me obliga a cerrar los ojos. Noto varios copos de nieve estrellarse contra mi nariz, frente y mejillas. Damos unos pasos sobre el helado pavimento, y ya no queda calor en mi cuerpo. El tiempo ha empeorado.
- ¡Katniss! -¿es quién creo que es?- ¡Madge!
Una figura avanza hacia nosotras, en contra del viento.
- ¡Peeta! -grito. Avanzo deprisa hacia él, hasta que nos encontramos, como si sintiera esto normal. Como si yo realmente fuera una adolescente normal con una vida normal- ¿Pasa algo?
- ¿Quieres que os lleve?
- ¡Por favor! -grita Madge.
- Gracias -digo. Me contesta con su tierna sonrisa.
Caminamos unos minutos calle abajo hasta que Peeta para frente a un Jeep negro.
Madge me guiña un ojo y se sienta detrás, alegando que ella bajará antes que yo. Me toca sentarme junto a Peeta, aunque no veo que tiene eso de romántico ante los ojos de Madge.


***


- Aquí es -dice Madge. El coche frena hasta parar- Katniss, recuerda, no laves el vestido, no lo arrugues, no hagas nada que pueda estropearlo.
- No señora -digo.
- Gracias Peeta.
- No hay de qué -contesta él.
Madge cierra la puerta del coche, pero se acerca a mi ventanilla una última vez.
- Ah, y no hagas nada, nada de nada, con los zapatos.
Suspiro.
- No soy un bebé.
- Sólo quiero que estés perfecta.
- ¿Por qué?
Me doy cuenta de que tengo a Peeta detrás y decido que es mejor cortar la conversación.
- Nos vemos mañana -me adelanto. 
Subo la ventanilla y Peeta arranca el coche, dejando atrás la enorme casa de Madge. 
- Y ahora Counting Stars, de One Republic -dice la radio-. Lately I’ve been, I’ve been losing sleep…
- Dreaming about the things that we could be
But baby, I’ve been, I’ve been praying hard
Said no more counting dollars
We’ll be counting star, yeah we’ll be counting stars…
- No sabía que cantabas -dice Peeta.
Me callo de golpe, y me pongo roja. 
- No delante de alguien más -susurro.
- No he oído a nadie cantar mejor.
- Gracias.
La carretera se traga el resto de la conversación.



***


- A la derecha -digo. 
Peeta gira el volante a la derecha y, cuando vemos una casa pequeña, confieso que es la mía.
El coche para frente a la puerta.
- Entonces… ¿irás al baile con Gale? -pregunta Peeta, apagando el motor.
Me sorprendo. ¿Por qué iba a ir al baile con Gale? Lo quiero, lo quiero muchísimo, pero es como mi hermano, aunque a veces me haga sentir como si no lo fuera. Ni un grano de arena comprado con lo que siento por Peeta. Gale es mi amigo, nada más.
- No.
Se remueve hasta sentarse sobre el asiento del conductor de una forma en la que puede mirarme de frente.
- Y… ¿quieres ir?
- Depende -susurro.
- ¿De qué?
- De… ¿irás tú?
- Depende -susurra.
- Bien, pues… hasta mañana -me rindo, porque no sé a dónde quiere llegar y quizás me sonsaque algo si me quedo mucho más. Abro la puerta del coche y una ráfaga de aire me da una fría bienvenida.
- Espera -exclama. 
Vuelvo a girarme hacia él, cerrando la puerta. Le miro expectante.
- ¿No quieres saber de qué depende? -dice, bajo.
- Claro -digo, con un hilo de voz.
Unos copos de nieve resbalan por el morro del coche con suavidad, intensificando el silencio. 
- De si tú también vas.
Se me acelera el pulso y noto como la ilusión prende dentro de mí como una mecha.
- Iré -digo, sonriendo tímidamente. Él también sonríe, pero poco después vuelve su expresión tensa y limpia.
- Falta algo más.
- ¿El qué?
Malditos copos de nieve. ¿De verdad algo intensifica más el silencio que los copos de nieve?
- Si vas conmigo -susurra.
Ahora el corazón si martillea locamente mi pecho. ¡Ir con él! ¡Pues claro que quiero! Es un sueño hecho realidad. Mil pensamientos se agrupan en mi cabeza y la desordenan, junto con la adrenalina corriendo por mis venas e intensificando la sensación.
- Entonces, sí que irás -digo vergonzosa,  hablándole al cambio de marchas, arañando involuntariamente el oscuro salpicadero del Jeep.
Me inclino sobre su asiento y beso suavemente, sin prisa, su mejilla. Cuando separo mis labios de su piel gira la cabeza para que su nariz roce la mía y nuestros suspiros se pierdan en la boca del otro. No sé cómo lo hacemos para que yo acabe sentada sobre sus piernas. Supongo que ansiamos tanto la proximidad del otro que actuamos de manera automática. 
Enmarco su rostro entre mis manos, mientras las suyas me rodean la espalda y sus caricias alaban mi piel. Y no aparto mis ojos de los suyos, ni él los suyos de los míos. Porque él es mío y yo soy suya. Porque puede que siempre haya sido así, aunque no me diera cuenta.
Como me encanta hacer, enredo sus rubios mechones entre mis dedos, y sus puntas me acarician la palma de la mano provocando un dulce cosquilleo. ¿Hay algo más perfecto que este chico? Me inclino suavemente sobre él, apoyando la otra mano sobre su pecho. Peeta acorta el trecho que nos separa hasta que inspiramos el aire que el otro expira.
Oigo un chillido infantil que me enfría más que la áspera corriente de invierno. Un chillido de Prim.
Aprieto la camiseta de Peeta y me tenso. Puede que me rompa en mil pedazos de una sacudida.
- ¡Prim! -grito.
Salgo del coche como una bala, por instinto, y corro hacia el jardín trasero de nuestra casa ignorando cómo Peeta me llama desde el coche y, poco después, cómo me sigue, gritando mi nombre. 
La adrenalina intensifica mi velocidad y lo único que capto es el latido de la sangre en mis oídos.
Encuentro a Prim tendida sobre la nieve cuajada que cubre el césped. Unas gotitas de color granate intenso adornan la nieve, dibujando una macabra aureola sobre la cabeza de Prim. Está salpicada de sangre fresca.
- ¡Prim! -grito. Me he quedado paralizada ante la escena, pero me obligo a correr hasta, prácticamente, lanzarme sobre ella. La nieve hiela dolorosamente mis rodillas.
- Prim, Prim -es lo único que me sale-. Vamos Prim, despierta -le doy palmaditas, pero no reacciona-. ¡Prim!
Empiezo a llorar desconsoladamente. Es Prim. Es su vida. Tengo que concentrarme. La cojo en brazos y la levanto como puedo, pero llega Peeta y la coge como si no fuera más que una mueca de trapo.
Le adelanto, corriendo como una loca, e intento meter llave en la cerradura de la puerta principal, por mucho que me tiemble el pulso. Finalmente la llave encaja y, tras un sonoro chirrido, empujo de una patada la puerta y le  despejo el camino a Peeta. Entra en casa y carga con ella hasta su habitación. La deja sobre su cama con delicadeza y Buttercup salta sobre la colcha y maulla. 
Le pego un manotazo y lo tiro de aquí. No necesito un plus de gato estúpido que me estrese.
- ¡Mamá! -grito. No hay tiempo de buscarla habitación por habitación y explicarle todo hasta que venga. La almohada de Prim se tiñe cada vez más de rojo. Un simple grito bastará. Rápido, urgente y conciso.



***


- Tranquila… -me susurra la dulce voz de Peeta al oído.
Cierro los ojos con más fuerza y aprieto más la cabeza contra su pecho, como si quisiera hacer un agujero.
- Yo no estaba ahí -susurro.
Me dejo arrastrar por las garras del sueño poco a poco, aunque la idea de estar sobre Peeta en el sofá de mi casa me mantiene consciente.
- No puedes protegerla de todo -me dice, acariciándome tras la oreja, recorriendo todo mi cuello.
- Tengo que hacerlo -murmuro-. Prim es, es…
Suspiro. No encuentro palabras para definirla. Es lo único que tengo, que amo, que adoro, y que me corresponde. Aunque puede que ahora tenga a otra persona más. Ella es mi pajarito, mi patito, mi prímula. Una gota de agua que puede evaporarse sin más; por eso debo enfriarla cada día. Ella es una parte de mí, la que llora cuando yo lloro sin tan siquiera saber el motivo, y ríe de la misma forma. La que quiere aprenderlo todo de mí, la que de mayor será la mejor médica que exista, porque ella lo conseguirá. Amo a Prim.
- Como tú para mí -dice. 
¿Me ve como a una hermana pequeña? 
Abro los ojos de repente y me despego de su cálido pecho, de nuevo desconcertada.

miércoles, 22 de enero de 2014

Concurso Los juegos del hambre: las cenizas; AYUDADME!!!

Huoola chic@s!!! Me ayudais a ganar el concurso??? Me haría muchísima ilusión ganarlo, y así ganar una portada para mi historia (la que se encuentra en este blog) . Sólo tenéis que votar en la encuesta que hay en la parte derecha del blog de Vanilla y clicar sobre la primera opción: 



MUCHAS GRACIAS A TOD@S POR LEER LA ENTRADA Y COLABORAR ^^

sábado, 18 de enero de 2014

Capítulo 8: Capitol's

Hola chic@s!! Buen finde!!! Aquí está el octavo capítulo ^^. Espero que os guste mucho. Bueno, aviso que hoy hay maratón de capítulos en mi otro blog (arriba la dirección en páginas) ;)). No me enrollo mucho hoy, BESOS !!!




Capítulo 8: Capitol's


Dos días. Tan sólo cuarenta y ocho horas. Pues han sido mi peor penitencia. Las disculpas han sido malas, pero pasables. El no saber nada de Peeta me ha provocado retortijones, pesadillas y lloros descontrolados. La pérdida.
- Entonces, ¿vas con Marvel? -le pregunto a Madge.
- No, que va. Es demasiado superficial. Creo que me gusta… Darius.
- Es divertido -apunto.
- Divertido y tierno -corrige ella.
- Adjudicado -declaro.
La verdad es que ir de compras sólo hace que me entre más bajón, pero Madge quería ir y yo necesitaba su compañía un rato.
Giramos la nevada esquina y veo un cartel plateado, con diminutos diamantes incrustados y letras elegantes en el que pone Capitol’s.
- Supongo que sobreviviré -bromeo.
- Confío en ti -dice ella.
Río de forma falsa. Ojalá Peeta hubiera confiado en mí. ¿Por qué? ¿Qué he hecho? «No Katniss. No puedes volver a castigarte con estas preguntas sin respuesta»
Avanzamos calle abajo hasta que cruzamos la puerta del establecimiento barra castillo de princesas locas. Al menos dentro no nieva. Supongo que como aquí los vestidos no son precisamente abrigados, tendrán que poner alta la calefacción.
- Buenos días -nos dice una chica con un vestido verde. Está muy maquillada, y lleva sombra de ojos rosa a juego con su pintalabios y tacones-. Soy Octavia, estaré por aquí para lo que necesiten.
- Gracias -contesto.
Me escabullo entre vestidos y más vestidos, mientras a lo lejos oigo decir a Madge:
- En realidad, buscaba un vestido para…
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Me giro y encuentro a un joven. Viste una camisa y pantalones negros y, a pesar de trabajar en  esta tienda, la única concesión a las modificaciones de aspecto parece ser un delineador de ojos dorado aplicado con generosidad.
- Soy Cinna -añade, al ver que no respondo.
- Katniss -escupo por fin-. Estaba buscando algún vestido para el baile de bienvenida -digo, no sé porque, ya que no podré pagarlo y es, en resumidas cuentas, una pérdida de tiempo.
Se me queda mirando fijamente unos segundos, que para mí son bastante incómodos. Debe tener rayos-X para ver a través del abrigo, cosa que me asusta.
- Creo que tengo algo perfecto para ti -dictamina al fin.
Suspiro de alivio.

***


- Ohh, ¡precioso! -exclama Flavius al otro lado de la cortina del probador.
Se ha unido al club “Adorar a Madge Es lo Mejor” cuando ha oído a Octavia hacer lo mismo y se ha acercado para mirar. Ahora los dos atienden a Madge. Por otra parte, Cinna me atiende a mí. No me vitorea ni grita, simplemente me felicita y sonríe como una persona normal cuando le agrada como me queda el vestido, de vez en cuando comenta técnicamente no sé qué del diseño del vestido y no sé cuántos del color, y me recomienda el maquillaje, zapatos y peinado que debería llevar con él. Venia, una mujer estirada con un vestido idéntico al de Octavia pero en turquesa y con sombra de ojos y tacones naranja, también me ayuda, aunque de una manera más parecida a la de Octavia y Flavius. Creo que se comporta de una forma más civilizada porque Cinna está delante, sino, también gritaría.
Noto como el forro del vestido me envuelve y que, para ser un vestido, es pesado. Toco todas y cada una de las gemas en forma de lágrima que adornan la tela roja, simulando llamas arder. Elegantes llamas, todo sea dicho. Brillo allá dónde mire, y me parece realmente precioso. Es incluso cómico, Katniss Everdeen, la chica en llamas, con un vestido repleto de ellas. Creo que empiezo a entender cuando una chica que está de bajón va de compras para animarse. Comprarme el vestido para el baile me animaría bastante, aunque jamás compensaría el perder a Peeta. Ojalá pudiera comprármelo.
Encajo los dos tacones de color beis muy suave en mis pies y salgo tímidamente del probador.
Todos se quedan callados durante un rato, mirándome fijamente.
- Magnífico -dice Cinna al final.
- Gracias -susurro.
Me meto dentro del probador antes de que la gente encuentre de nuevo su voz y me halague. Con uno es más que suficiente. De verdad amo este vestido pero no podría pagarlo ni en diez años a plazos.
- Oh ¡hola Peeta! -oigo decir a Madge.
Sus sonoros pasos se acercan, mientras yo contengo la respiración. ¡¿Hola Peeta?! ¡¿Qué hace Peeta aquí?! Se supone que Capitol’s es tanto para chicas, como para chicos, ya que hay una sección de camisas, corbatas, cinturones y trajes en la planta de arriba, pero no veo a Peeta aquí. ¡Pero si antes de ayer rompí la poca relación que tenía con él! De conocidos, a nada. Un gran salto.
- Hola Madge, ¿qué tal? -dice, con una voz ronca y cansada. ¿Ese era él?
- Bien, eligiendo un vestido para el baile con Katniss -dice con su alegre voz. Ya está, ya tenía que abrir la boca y decir, «con Katniss». ¡Genial Madge!
- ¿E-está Katniss aquí?
- Sí, está en el probador ¡Ay! Se acaba de probar un vestido precioso, a ver si no se lo ha cambiado todavía -dice. Maldición, claro que no me he cambiado todavía. Puedo sobrevivir a base de ardillas y raíces, no ducharme en un mes, ser la cabeza de una familia de cuatro; pero no puedo escuchar y quitarme un vestido  la vez. Después de todo, quizás no sea lista. Perdón, es verdad, que eso había quedado claro desde un principio.
Oigo como sus rápidos pasos se acercan sin que Peeta pueda objetar nada. A mí sólo me da tiempo a quitarme un tacón.
- Katniss, sal un momento, por favor, que te quiero ver otra vez el vestido  rojo -ah, encima ni me avisa de que Peeta está al otro lado de la cortina. Que buena amiga tengo.
- Pero Madge… -empiezo a replicar, antes de que ella asome su cabeza al probador.
- Estás vestida, sal -susurra.
- No -susurro.
- ¿Por qué?
- No quiero salir.
Suspira y se retira. Me coloco de nuevo el tacón, para tener la cadera a la misma altura, y empiezo a bajarme la cremallera lateral.  La cortina se corre de golpe y me expone, cuando llevo unos diez centímetros.
¿Adivináis? ¡Katniss Everdeen, la chica en llamas!
- ¡Madge! -grito, sin atreverme a mirar a Peeta, mientras me subo la cremallera de golpe- ¡Que haces! -le grito, sílaba por sílaba.
- Venga, que no era nada.
- Serás…
- ¿A qué está preciosa? -pregunta, mirando a Peeta.
Él sólo asiente mirando al suelo.
Mis ojos vuelven a humedecerse, pero no sin antes desatar mi ira.
-Vete al infierno -le digo a Madge, con voz de niña.
Camino lentamente, gracias al peso del vestido y los tacones, largándome de aquí cuanto antes cargada con mi ropa y buscado a Cinna.
- ¿Pero ahora que he hecho? -la oigo decir desde lejos. No obtiene respuesta.
¡Por qué a mí! No podía tener una amiga normal, no, tenía que ser… Madge. Y encima Peeta me encuentra así vestida. Esto ya es el colmo.
Entro en otro probador y me cambio. Adiós vestido, adiós tacones, adiós Katniss elegante e incluso guapa. 

***


- Cinna, gracias por todo, el vestido y los zapatos son perfectos… -«pero es un presupuesto demasiado alto para mí», diría.
Pero esperar, es que Madge tiene que meter las narices en todo.
- Nos los quedamos -dice, mirándome, no sé, ¿tiernamente? ¿alegremente? A saber lo que desayuna esta chica para quedarse así -, y ese también -añade, señalando uno blanco pulido que cuelga elegantemente de una silla con purpurina dorada.
- Buena elección -dice, guiñándome un ojo. Le sonrío un poco como respuesta-. Octavia, por favor, acompáñalas a la caja, yo me encargo de los vestidos.
No me quejo, no digo nada. Porque sería inútil, frustrante y cansado. Cosas que yo no me puedo permitir con Peeta en el piso de arriba. No necesito que me compre el vestido. No necesito que me compre los zapatos. No necesito que se gaste una millonada en mí. Pero Madge no lo entiende, y lo peor, es que se lo puede permitir y le resbala.
Sólo me cruzo de brazos y espero a que cada uno cumpla con su parte, mientras que yo no tengo ninguna, a no ser que deprimirme por pensar en Peeta cuente.
Supongo que Cinna tardará un rato en empaquetar los vestidos para que no se estropeen por la nieve que cae fuera, Madge se ha entretenido con el maquillaje y Octavia le aconseja gustosamente sobre el tema, así que acabarán doliéndome los pies de esperar aquí plantada; lo más lógico es moverlos.
Visualizo las escaleras y subo escalón a escalón hasta que acabo en la planta de hombres, sin sentido alguno de haberlo decidido de antemano.
- ¡Oh Katniss! -exclama alguien detrás de una montaña de camisas multicolores.
Uff, sólo era Flavius.
¿Y qué habría pasado si hubiese sido Peeta? ¿Me habría echado a llorar? ¿A sus brazos?
Miro a los lados unos segundos, para ver si hay alguien (vale, Peeta) cerca. Con lo que chilla puede haberle oído cualquiera (vale, de nuevo peeta). Pero parece que no hay moros en la costa y me relajo, aunque sólo un poco.
- ¿Te has comprado el vestido llameado? ¿O el rosa palabra de honor con el chal? Te aseguro que si pudiera yo luciría el plateado con lentejuelas -pregunta y dice atropelladamente de forma alegre, juntando las manos delante de su cuerpo y moviéndolas de forma molesta.
- El llameado -respondo sonriente. Supongo mantener una aburrida conversación con Flavius sobre ropa, maquillaje y demás cosas de chicas hará que mi situación con Peeta parezca un cuento de hadas. Eso es bueno, ¿no?
- ¡Ese es estupendo! Estarás bellísima -se tira hacia atrás y arruga la nariz mientras me escanea-, con algunos arreglos.
- ¿Qué arreglos? -digo de forma un poco hostil. Creo que eso lo acobarda un poco.
- Ven, -dice mientras me empuja por los hombros- ven, ven. Sí no tengo prisa -¿eso no lo tendría que decir yo? ¿Me lo tengo que tomar a mal?
Me dejo llevar por esa mosca con purpurina llamada Flavius hasta un tocador plateado. Supongo que como estamos en la planta masculina reducen la cantidad de purpurina y lentejuelas del decorado. Pero eso sí, sin eliminarlo del todo. ¡Claro, sino qué sería de la estética de la tienda!
Flavius trae un pequeño taburete rosa metalizado de detrás del mostrador y me sienta a la fuerza.
- Entonces -dice, mientras toquetea mi pelo hasta deshacer la trenza-, ¿quién es el afortunado que te acompañará al baile?
Bum. Directo al corazón. Mis labios quieren decir Peeta, y mi cabeza quiere… mi cabeza quiere apagarse y antes arrancar el botón de encendido. « ¿Qué quién es el afortunado?» Buena pregunta. Si alguien tiene alguna idea, que me lo diga. ¿A Buttercup le quedaría bien un esmoquin?
Simplemente me callo. Miro como mis uñas están rotas y sucias y trabajo en ellas, luchando por no llorar, cosa que nunca se me ha dado bien.
Creo que Flavius me mira a través del espejo, incluso con cara de preocupación.
«No llores, Katniss, no llores» Ahora que tengo una razón para odiarlo, ¿por qué no funciona? ¿Por qué anoche desperté gritando su nombre, odiándolo por no estar ahí conmigo para consolarme, y hoy mi corazón vuelve a ser blando? Eso es, soy una blanda. Pero es que todo me aplasta y me ahoga, aunque, en cierto modo, ¿eso no debería endurecerme? ¿Reforzar lo que ya era? ¡No! «No llores, Katniss, no llores» ¡no, maldita sea, no!
- Los hombres no tienen corazón -dice con su voz de pito, resignado. ¿Él no es un hombre? No me atrevo a preguntar.
Levanto la mirada y sonrío a su reflejo, justo antes de romper a llorar silenciosamente, como si me hubieran quitado el sonido.
Mi pelo queda recogido en un precioso moño que intercala pequeñas trenzas.
- Gracias -susurro-.  Supongo que de todas formas yo no iría al baile con nadie que no fuera él, así que no tiene sentido culpar a todos los hombres de la faz de la tierra.
- Pero sienta mejor -dice.
Me permito reír entre lágrimas. Coge mis manos y las examina.
- ¡Podrías haberme dejado algo con lo que trabajar! -dice horrorizado.
- Lo siento -susurro.
Abre un cajón del tocador y saca una lima. Empieza a intentar que mis uñas parezcan uñas de nuevo. Pues buena suerte. Por cierto, ¿esto quién lo paga?
Saca unos botecitos de esmalte, un alfiler, y empieza a pintar.
- Le dije que me dejara en paz -rompo a llorar de nuevo-. « Supongo que ya no te debo nada, así que no hace falta que te acerques a mí» -lloriqueo, imitándome con voz grave. Lloro más- Es culpa mía.
- No, cariño, algo habría hecho -dice, comprensivo. ¿Por qué le cuento esto? Da igual, ya está dicho. Mejor acabo la historia y me desahogo un poco. Además, creo que a Flavius le gusta escuchar.
- Sí, daño -y salvarme. Me hizo daño, cierto, pero también me salvó y me trata de una forma... ¡Que contradictorio es todo! Necesito hacer una bola con la blusa, metérmela en la boca y gritar hasta que no me quede voz. O matar algo con el arco. Creo que lo de la blusa es imposible aquí, ya que me tomarían por loca (aunque quizá lo esté), y deshabitaría el bosque entero antes que desahogarme del todo.
- Voy a por una base, que no puedes salir así de roja a la calle.
Y se va. Bueno, quizás no tenga sentimientos, o cerebro, una de dos. O por un oído le entra y por el otro le sale.
Me quedo obedientemente sentada en el taburete, mirando como una llamita adorna cada una de las diez uñas. Pues sí que parecen uñas. Y también es verdad que tengo la cara roja. Como un tomate. Y los ojos. Así parezco una granada elegante.

- Katniss, estás preciosa -dice bajito Peeta.

viernes, 3 de enero de 2014

Capítulo 7: Adiós, Peeta Mellark

Suena el estridente primer timbre, y Haymitch se asoma al pasillo, esperando a sus nuevos alumnos para meterles prisa y que entren rápidamente a los vestuarios.
- … te veo luego -cambia Peeta. Me besa en la frente y se va.
Yo me quedo helada en el sitio.
Rozo con la punta de los dedos el lugar exacto donde sus labios han rozado mi piel, y sonrío inconscientemente.
Me recompongo cuando oigo algunos pasos venir por el pasillo.
Una chica bella, muy bella. Rubia, con ondulaciones hasta el pecho, piel fina, ojos azules claro y cuerpo, en general, delgado. Es de aquí, está claro que es de aquí, pero su belleza es parecida a la de… Madge, aunque esta chica tenga el pelo ondulado y denote más. Me mira disimuladamente, pero pasa de largo y entra en los vestuarios de mujeres.
Al cabo de unos segundos una tromba de alumnos pasa también, y yo entro en el estudio para resguardarme.
Haymitch me mira sin tapujos el rato que tardo en llegar hasta el estudio y entrar.
- Buenos días de nuevo, preciosa.
Le gruño como respuesta. Creo que esta, nuestra relación, es así. Puede que no sea cariñosa ni amable, pero sé que me permite ser así y yo le permito ser así porque nos aceptamos y, aunque me cueste decirlo, nos parecemos. Creo que le estoy empezando a coger cariño, un cariño violento y desagradable, pero en algún rincón dentro de mi más profundo, profundo, profundo ser, es cariño de verdad.
Se gira y le grita a alguien que “mueva literalmente su culo más deprisa hasta los vestuarios”. Genial. Me coloco junto a la barra y, cansada de esperar y escuchar a Haymitch desvariar y gritar a todo lo que se mueva en ese pasillo (cosa que le divierte), me siento en el suelo y empiezo a estirar.
La chica rubia entra al cabo de unos segundos y se sienta a mí lado. También empieza a estirar.
- Soy Katniss -escupo amablemente. Debo aprender a hacer amigos ya, urgentemente. Además, esta chica, no sé porque, me parece una buena persona por la que empezar.
Levanta la cabeza y me mira con los ojos abiertos, como si estuviera extraña de que hablara con ella en vez de con la pared, o incluso Haymitch.
- Maysilee Donner -dice, y finalmente saca una sonrisa. Creo que le cuesta tanto como a mí, pero no me voy a dar por vencida tan fácilmente. No creo que yo le caiga mal fatal.
- ¿Bailas desde hace mucho? -pregunto.
- Mis dieciséis años -contesta.
Cambiamos de postura sonriendo.

***


Me paso el jersey por la cabeza y recojo todas mis cosas del vestuario.  Haymitch nos ha dejado salir diez minutos antes porque habíamos acabado y, bueno, porque «¡Quizás si descansáis bien mováis mejor vuestros culos mañana!». De nuevo, genial.
Me despido con una sonrisa de Maysilee.
- Espera, yo también estoy -dice, saliendo a toda prisa.
Caminamos en silencio, aunque uno cómodo, no tenso. Una de las cosas buenas de Maysilee, es que no te agobia. Recorremos todo el pasillo, pero me paro en la puerta de lucha libre un segundo.
Peeta está alrededor de un corrillo, hablando riendo y, de vez en cuando, pegándose (en  broma) mutuamente con otros chicos. Sonríe y disfruta, de verdad, y es él mismo. Entonces yo sonrío como una tonta retrasada.
- ¿Voy yendo a clase? -dice Maysilee.
- Oh -me giro-, sí, perdón. Lo siento, es que… -mejor me callo. Maysilee ríe un poco, porque parece haberse dado cuenta-. Sí, por supuesto. ¿Cuál tienes?
Pregunta tonta. Las dos sacamos el horario de nuestras mochilas, después e rebuscar cinco minutos de reloj. ¿Cómo va a saberse el horario el primer día de clase? Tonta, tonta, tonta.
Los chicos arman más barullo de lo normal (que ya es decir). Veo de reojo cómo se acercan para dirigirse a las duchas.
- Biología.
- Biología.
- Perfecto -dice. Las dos sonreímos-. Te veo allí. ¿Tercera fila del laboratorio?
Los chicos empiezan a salir, y no huele precisamente a gloria. Maysilee arruga la nariz.
- Encantada -contesto.
- Adiós -dice, y se escabulle, tapándose la nariz, antes de que pueda contestar siquiera.
- Mellark, mañana no te me resistirás -oigo a mis espaldas.
Me giro y veo a un chico musculoso, de pelo cobrizo, ojos como el mar y sonrisa juguetona, venir hacia mí. Puede que sea algún tipo de semidiós griego barra guapísimo, pero yo sólo tengo ojos para el ángel rubio que le acompaña.
- En tus sueños Odair -contesta Peeta.
Cuando levanta la mirada y me encuentra aquí, de pie, creo que sí que parezco esa lapa acosadora. En vez de eso, sonríe todavía más y acelera el paso.
- ¡Peeta, que no es una carrera! -le dice el otro chico. Estalla a reír, mientras Peeta arde conmigo y rebaja el ritmo.
¡Katniss Everdeen y Peeta Mellark, los chicos en llamas! Otra vez, genial.
- Hola -digo tímida, gracias al comentario del supuesto semidiós.
- Hola -dice, en el mismo plan.
Semidiós Odair le pega un golpe en la espalda.
- ¿Katniss? -dice.
Asiento, un tanto perpleja.
- ¿Nos conocemos? -pregunto, insegura. Creo que recordaría a este chico si lo hubiera visto antes, pero por preguntar, no pierdo nada.
- No tengo el placer -dice-. Sólo sé que eres la chica con la que Peeta me ha comido la oreja toda la hora -suelta.
De nuevo, ¡Aquí está, Katniss Everdeen, la chica en llamas!
- Genial Finnick, gracias -le susurra Peeta.
- No hay de qué, para eso estamos. Bueno, voy a ducharme. Encantado de nuevo, Katniss.
- Lo mismo digo -contesto, intentando que parezca que no me ha afectado nada de lo que ha dicho.
Se aleja, más contento de lo que ha llegado, mientras Peeta y yo guardamos silencio.  A ver quién es el listo que rompe el silencio con algo que no sea incómodo.
De hecho, yo no soy lista.
- ¿Qué clase tienes ahora? -pregunto. «Bien, Katniss, bien. Ni frío ni caliente»
- Ehhh… Biología -contesta.
- ¿Es una broma? Yo también -bueno, parece que hoy todo el mundo ama Biología.
- Genial -dice. «Frío, frio, Katniss»
- Bueno, no te entretengo más -«Muy bien, tú sigue metiendo la pata»-. Quiero decir-empiezo, gesticulando torpemente-, ahora, para que te duches, no en clase -los nervios nunca han sido buenos-, o sea, a ver, que no es que piense que te he entretenido en clase, es sólo qué…
- ¿Apesto? -dice sonriendo.
- Sí -suspiro-. Quiero decir ¡no! No, no, claro que no, sólo… mejor te dejo tranquilo -me rindo.
- Tranquila, Finnick crea el mismo efecto en todas -dice.
- ¿Crees que ha sido Finnick? -pregunto incrédula. Luego lo pienso mejor y me muerdo la lengua mientras se me encienden las orejas.
- ¿Quién iba a ser sino? -pregunta sonriendo. Lo que me temía.
- Ve a ducharte -le digo riendo, dándole un puñetazo flojo en el brazo por la pregunta.
- Vale, vale… -y cuando creo que se va…- ¿Tan encantador soy? -me susurra en el oído. Mi piel se pone de gallina mientras me recorre un escalofrío, y tengo que recurrir a morderme de nuevo el interior de las mejillas.
- Parece que tanto como yo -contesto. Jaque mate.
Le regalo un inesperado beso (tanto para él como para mí) en la mejilla y me largo, de nuevo ardiendo en llamas.


***


Me siento al lado de Maysilee, como ella había dicho, en la tercera fila.
- Hola -digo.
- Hola -pongo mis cosas sobre la mesa y ella mira al frente mientras pregunta, así que el contacto visual es inexistente-. Oye, -se aclara la garganta-, ¿a quién esperabas?
Me quedo un momento quieta, pero luego saco el último trasto de la mochila y por fin me permito sentarme en el taburete y abrir la boca.
La clase está dividida en mesas por parejas. Cada mesa tiene un enchufe, un microscopio, un pequeño grifo con agua no potable y dos pequeños taburetes de plástico y metal delante. Incluso se han permitido el lujo de instalar una incubadora (que nadie usa desde hace años, por pena a los huevos) y, a parte de la pizarra normal de tiza, una pizarra eléctrica que se puede conectar a un ordenador y así ver aburridos documentales o párrafos de teoría pertenecientes al libro de texto normal, pero más grandes y pixelados. Es táctil y, por supuesto, todo lo que hay en la sala es de ese horroroso color verde lima.
- Esperaba a Peeta Mellark.
Que justamente entra por la puerta en ese instante. Recién duchado, sin sudor, ni nada maloliente, está mejor todavía.
- Hablando del rey de Roma… -le susurro a Maysilee.
- ¿Ese es Peeta? -me susurra a la vez.
- Sí -susurro.
- Es que soy nueva, y no conozco a nadie. Bueno, ¿conoces a Madge Undersee? -asiento-, pues en realidad somos primas, aunque no hablemos mucho -dice. ¿En serio?
Peeta pasa por mi lado y me saluda. Le devuelvo el saludo y veo como se sienta detrás.
- Tranquila, yo te conozco a ti y a cuatro más, y llevo unos siete años aquí.
Las dos soltamos una risita y me pongo manos a la obra, porque me cae bien esta chica.
- Ah, este es Peeta -digo, señalándole con la mano-.  Y esta es Maysilee -le digo a Peeta.
- Encantado -dice Peeta con una sonrisa.
- Lo mismo digo -contesta Maysilee.
Aparece inesperadamente por un costado de mi campo de visión Finnick, que se apresura a sentarse al lado de Peeta, detrás de Maysilee. En serio, ¿por qué todo el mundo ama Biología?
- ¡Muy bien, gírense todos y presten atención! -vocifera la profesora.
Oigo el ruidito de la tiza al estrellarse contra la pizarra.

***


- ¿Vienes? -me pregunta Peeta.
Sigo parada en el pasillo, decidiendo si me compensa entrar en la cafetería y ver a Madge, Gale y Delly, aunque crea que esta última es inofensiva.
- ¿Voy? -digo.
Se acerca y es ahora él el que me aprieta los hombros para consolarme.
- Vienes -afirma.
- No me apetece que me regañen como si tuviera tres años-digo.
- ¿Por qué iban a hacerlo?
- Ayer me comporté… me agobiaron y escapé, en vez de enfrentarme a ellos -(más bien a Madge).
- De acuerdo… sabes que yo no lo haré -dice. Esbozo una triste sonrisa.
- Lo sé.
Me suelta repentinamente, asustándome.
- Lo tengo, ahora vuelvo, espera aquí -dice, y echa a correr hacia la cafetería.
- Vale -me da tiempo a susurrarle al aire.

Vuelve al cabo de unos cinco minutos, no más. Carga con su mochila, tal y como se ha ido. Supongo que querría hablar con algún amigo de algo, aunque no le veo el sentido, porque no pienso arrastrarle a mi soledad.
- Vamos -dice, justo cuando llega a mi lado de nuevo.
- ¿A dónde? -digo, mientras me coge de la mano y enlaza nuestros dedos.
Estoy cansada de anunciar la llegada de la majestuosa e inolvidable Katniss Everdeen, ¡La chica en llamas!
- Ahora verás, es una sorpresa.


***


Caminamos de la mano unos diez minutos, y creo que sé a dónde nos dirigimos. Creo que lo sé porque yo también adoro la pradera, y podría describir el camino con los ojos cerrados. Adoro cómo el viento mece las hierbas altas que te rodean, y acaricia tu rostro hasta formar una sonrisa. Cómo, si sabes dónde buscar, encuentras todo tipo de moras, frutos e incluso fresas, en el bosque que la rodea. También hay buenas piezas de caza, muy abundantes, pero eso ya son cosas mías, de cazadora.
Al final dejamos el camino de tierra por el que avanzábamos y nos adentramos un poco en el bosque. Peeta sería un blanco fácil. Lo sé porque estoy segura de que ha espantado a todos los conejos en quince quilómetros a la redonda. Es un pelín torpe a lo que caminar por el bosque se refiere, aunque no es justo compararlo conmigo, una cazadora nata, y mucho menos con Gale, que resulta espeluznante cuando avanza por el bosque. Además es un tramposo excelente. Fabrica y planea trampas con una facilidad e ingenio indiscutibles. Tiene un talento especial para saber por dónde cruzará la presa el sendero, al igual que yo puedo derribar con un arco a mi enemigo en la oscuridad de un solo disparo. Somos así, llevamos la supervivencia en la sangre, no podemos hacer nada por remediarlo, ni queremos. Son dones útiles.
Y por fin llegamos a la pradera, coronada por cientos de florecillas, a pesar del imperdonable frío que acosa siempre estas tierras. Los dientes de león se alzan y menean diminutos, gracias al fresco viento proveniente de las montañas.
- Es perfecto -dice, inhalando el helado aire. Le imito. Siempre lo hago cuando voy al bosque, porque opino que es una de las sensaciones más placenteras que una puede vivir.
- Siempre ha sido perfecto -digo yo, mirando cómo a pocos quilómetros de aquí se alzan Los Apalaches, nevados, elegantes e imponentes. Allí trabaja mi padre, pero bajo tierra. Él adora esto tanto o más que yo, y no me lo puedo imaginar encerrado en esos túneles, golpeando una veta de carbón día tras día doce horas, junto a otros hombres poco agradables, porque allí nadie es amable. Literalmente, ninguna persona cuerda amaría a ninguno de los hombres que trabajan en la cuadrilla junto a mi padre. Puede que en otras vetas sea distinto, pero no en la de mi padre. Bravo.
Noto como el agujero de mi estómago vuelve  a abrirse, y le mando ánimos silenciosamente desde aquí.
Seguramente tendré la punta de la nariz colorada por el frío, pero no me importa. Supongo que confío en Peeta. Me tira de la mano, y me doy cuenta de que tenía los ojos cerrados. Damos cuatro pasos vagos y nos sentamos en un saliente rocoso, desde el que se ve todo el valle. Sí, perfecto es la palabra idónea para describirlo.
Cuando asiento el culo en tierra firme nos soltamos de la mano (mala suerte) y Peeta rebusca en su mochila, hasta que por fin saca dos manzanas. Así que por eso había entrado en la cafetería.
Me tiende una. Parece que hoy me alimentaré sólo a base de esta dulce fruta, ya que he desayunado lo mismo, y me parece buen tentempié para llevar al bosque esta tarde. Llena bien el estómago, no ocupa demasiado espacio en el zurrón, es ligera para cargar y también muy sana y nutritiva.
- No hacía falta -digo-. Pero gracias -añado, agarrándola.
- No podía raptarte y no darte algo de comer -dice antes de morder la suya.
Le sonrío mientras muerdo yo también.
- ¿Habías venido antes? -pregunta.
- No hay lugar que me resulte más familiar -contesto, mirando de nuevo sobre el saliente, las faldas de la montaña.
De repente me da por arrancar un diente de león que crecía cerca de mí. Lo observo detenidamente, tan amarillo, tan fresco y que me recuerda tanto a Peeta. Me giro para mirarlo, y veo que él me observaba a mí, con esa mirada suya nostálgica. No me miraba a mí, miraba el diente de león.
- ¿De verdad no lo recuerdas? -le acuso más que pregunto.
No responde, sólo evita mi mirada adrede.
- Ese diente de león desencajaba entre tanto lodo, ¿verdad? -digo, mirando al frente, al vacío; tal y cómo me siento yo.
Puede que él sea el diente de león, y yo el lodo.
Me levanto y tiro la manzana a ninguna parte. Ya me da igual. ¿Por qué me ha mentido? ¿Por qué me siento traicionada? Él nunca firmó ningún papel jurando fidelidad, pero como ya dije, doler, duele igual. Y también sabía qué el amor duele, y que los chicos son los culpables. ¿Por qué no podría amar simplemente a un perro, una garrapata o incluso, a Buttercup? «No, tú coges y te enamoras de un chico» Bueno, supongo que si me enamorara de Buttercup sería preocupante, y enamorarse de un humano es más normal, pero es que… Ya he pillado que está no es una historia feliz. Puede que tenga un final triste, uno agridulce, o incluso uno feliz, ¿por qué no? La historia puede ser complicada, pero al final todo puede salir bien, ¿no? Yo ya no sé qué creer. Quizás la vida es una gran mierda y punto. Sí, este valle es perfecto, y la vida es una gran mierda.
Empiezo a caminar en dirección opuesta a Peeta, en dirección de vuelta al instituto, porque sé que por mucho que Madge sea como es, me quiere y me apoyará, y tampoco dudo de Gale por nada en el mundo. Lo que pasa es que puede que Gale le arranque la cabeza a Peeta. No, a Gale le pega más dispararle dardos con alguna de sus trampas o cavar un hoyo en el suelo y cubrirlo de hojas para que Peeta caiga dentro de culo. Pero es que yo tampoco quiero eso. Por mucho que intente cambiar, no puedo dejar de, de… de amarlo.
- ¡Katniss! ¡Espera! -grita Peeta. Oigo cómo se levanta del sitio y camina hacia mí.
Sólo acelero más. En cuanto cruce la primera fila de árboles, habré escapado. Una ágil cazadora huyendo en el bosque, contra un chico que no podría ser más torpe si cojeara. Pero me alcanza. En campo abierto, me gana. Maldita sea. Me agarra por el brazo derecho. Yo pego un tirón y me revuelvo, pero su agarre de acero se recupera a los pocos segundos. Malditas bandejas de la panadería.
- ¡Déjame! -le grito. ¿Cuándo he empezado a llorar?
- Por favor, para, déjame expli…
- ¡Suéltame! -le interrumpo- ¿Por qué no me dejas en paz? -suplico. Sí, confirmo que estoy llorando desde hace un rato.
Se para.
- Katniss -dice en voz baja. Sólo puede decir eso. Esa mirada y expresión de tristeza me… me mata por dentro.
-¿Era esto lo que me tenías que decir? -menea la cabeza, negando. Vale, cambio de táctica- ¿Por qué? -consigo decir, con voz de niña pequeña- ¿Qué he hecho mal?
Me acerca más a él y me habla mirándome a los ojos. Los suyos también contienen lágrimas.
- Ya te dije qué…
- ¡No! -interrumpo, furiosa. ¿Hasta qué punto cree que soy tonta?- Algo tendré que haber hecho para qué…, para qué…
- ¡Tú no has hecho nada! -exclama.
Los dos nos callamos. No creía que él me pudiera gritar así, nunca. Si tuviera una urna cerca, la tiraría hasta romperla en mil pedazos.
-¡Gracias! -grazno- Ya está, gracias, por lo que hiciste -pego un tirón con el brazo y me suelto, ya que él está mirándome, de un forma tan triste y cansada, que no creo que tenga más ganas de luchar inútilmente-. Supongo que ya no te debo nada, así que no hace falta que te acerques a mí.
Me dirijo hacia el bosque para volver a clase, no sin antes ver cómo una lágrima caía por su mejilla.
Cansada, triste y hundida. Parecía que hoy iba a ser un buen día. Me equivocaba, como siempre.

Voy a echar muchísimo de menos a mí chico del pan.




*********************

 Anuncio que me voy a unir a Wattpad, una plataforma mundial en la que se puede leer, publicar, votar y, sobretodo, compartir y disfrutar. Allí publicaré esta novela, y unas cuantas más que tengo por aquí escritas ^^. He podido ponerme teclas a la obra ;) !!!! Dejaré la dirección (en la barra de arriba (páginas)) de todas mis novelas con esperanza !!! (·J·)

miércoles, 1 de enero de 2014

He vuelto!!! Con más capítulos y energía positiva

Lo primero de todo, es que os deseo a tod@s l@s lector@s una feliz navidad cargada de regalitos, o felicidad, que con la crisis ya hay suficiente, y un FELIZ NUEVO 2014!!!! (^o^) Sabéis cual ha sido el mejor regalo que me han hecho estas navidades???? TODAS VUESTRAS VISITAS!!! Gracias a tod@s por leer el blog!!! Por eso he vuelto, con mas capítulos y energía positiva renovada ;) Bueno hoy mismo (a unas horas mas prudentes) desde mi portátil publicare el séptimo capitulo  ^^ Un besito a tod@s!! Me habéis endulzado un poquito mas la navidad chic@s, y eso no tiene precio!! <3