domingo, 10 de agosto de 2014

Capítulo 15: Yo me desnudo para impresionar

Hola de nuevo!! Que feliz estoy por poder traeros un nuevo capi!!!!!!!!
Pero primero, leedlo, por favor:
1) Advierto, puede ser un poco lemon. No hay contenido sexual en sí, pero aviso por si alguien es... muy, muy, muy sensible a los desnudos. Y aviso de que en el siguiente capi sigue la cosa...
2) El nombre del capítulo hace referencia a la última frase del libro Finalle, de la saga  Hush Hush que terminé el finde pasado.
Besos, siento la espera (ya tenía el capítulo, pero me llevaron al pueblo y allí no hay Internet), y espero que os guste tanto como a mí me gustó escribirlo ;)) 
Os quiero chic@s ^^


Capítulo 15: Yo me desnudo para impresionar

- ¡Caramba! -dice Madge cuando entro en el coche- Eso ha sido intenso.
- ¿Todavía se dice “caramba”?
- No seas borde conmigo.
Arranca, y el coche avanza por el aparcamiento. No soy una experta, pero sé que la calle por la que sigue no es precisamente por la que nos ha traído.
- A mi casa -digo, intuyendo sus planes malvados.
- No. Prim y yo queremos hacer una fiesta de pijamas -oigo una risita en el asiento trasero, y lo acepto; Prim necesita ser niña de nuevo, aunque sea tan solo por unas horas-. No sé qué haremos contigo… ¡Ah, ya sé! No he hablado precisamente del calentamiento global con Peeta ¿sabes?
- Mi madre.
- Bueno, tú decides. No creo que le pase nada por una noche -contesta, cambiando de carril sin poner el intermitente. Se gana un claxon por eso.
Quitando el comentario insensible de Madge… es cierto; no le pasará nada. Ni siquiera sabrá si estamos o no en casa. Todas necesitamos un respiro. Y… Peeta es muy tentador.
- Gracias por ocuparte de Prim. Necesito un descanso.
- Lo sé -dice, mirándome con cara comprensiva, no compasiva. Sabe que la odiaría si así fuera-. Y no lo hago por ti. ¡Lo hago por mí! ¡La niña es la caña!
No definiría a Prim como “la caña”, pero… si quieren una noche algo de fiesta… Espera. Madge fiesta en la misma frase no pueden ir junto a niños. Peor: junto a Prim.
- Serás responsable -digo, mirándola fijamente. Ella me devuelve la mirada- ¡Mira a la carretera! -grito. Casi atropella a un gato. Lo peor habría sido que Prim habría querido llevarlo a casa.
- Siempre soy responsable -dice, mordiéndose los labios para no reír.
- Creo que acabamos de demostrar que no. Claramente no. Al menos, no siempre.
- ¡Dame un respiro! ¿Qué puede pasar? Maquillaje, tele, helado, pijamas y mantas. ¡Nada mortal! -me mira. Le brillan los ojos y me sonríe maliciosamente- Ahora, pequeña gata, hablemos de ti. Está claro que, después de una -mueve las cejas y cambia el tono de su voz ante la siguiente invención:- Peeta-sequía como esta, no puedes apartar tus manos de su cuerpo. ¿Qué pasará esta noche?
Creo que palidezco.
- ¿Estás hablando de… ¡Oh, Dios! ¡Madge! ¿Sexo? ¿Enserio? -susurro furiosa. Intento que Prim no… no preste atención. Eso me saldría caro. Y mal.
- Todas las reconciliaciones tienen su parte buena…
- ¡Calla! -interrumpo. Enciendo la radio por Prim. ¿Es esto la barrera del sonido?
Suena Sweet Louise, de The Belle Brigade. Al menos es buena.
- … y su parte mejor. ¡Ni que fueras una cría!
- Tengo dieciséis. ¡Ni siquiera soy mayor de edad! -y caigo en la cuenta- Espera. Espera, espera, espera. Eso quiere decir que tú… ¡Madge! ¿Darius?
- Eso es cosa mía -sonríe-. Ahora, volvamos a ti, pequeña gata.
Me cruzo de brazos y resoplo. Odio mi nuevo apodo. Me recuerda a Buttercup.
- ¿Estás lista?
- ¿No se supone que eso no se planea?
- ¡Uhhh! Eso es que ya has pensado en ello, y que estás abierta a…
- ¡No!
Y cuando me doy cuenta, ha aparcado como ella (y todos los que no tienen carné) sabe. Torcido. Mi puerta contra una farola.
- Bueno, mañana ya hablamos. De todo -dice, apagando el motor.
- ¿Dónde estamos?
Todo lo que se ve afuera es oscuridad y algún que otro árbol. Lo que no me orienta mucho… por no decir nada.
- Ahora lo averiguarás. Paciencia, pequeña gata.
- Bien -suspiro, agotada. Es mejor así. Nadar contra la corriente agota  tanto los náufragos que, al final, se rinden y son arrastrados mar adentro. Madge emplea la misma técnica. Los náufragos al menos saben lo que hay. La miro, esperando-. ¿No querrás que salga por la ventanilla?
- Oh, sí, claro.
Sale del coche y, tras saltar el cambio de marchas, hago lo mismo.
No veo nada: solo oscuridad. Doy un paso, y meto mi pie en un charco embarrado. Ugh. Maldigo en voz baja y me giro, buscando a Madge. Si estamos en el culo del mundo, será fácil que no encuentren su cadáver. Pero ella ya ha cerrado la puerta del coche. Prim me sonríe tras el cristal y me dice adiós con su manita. Capta toda mi atención y le sonrío, olvidando los pies fríos y mojados, la reprimenda hacia Madge y su posible plan que consista en dejarme tirada… aquí, donde sea que me encuentre. ¡Es verdad, lo había olvidado! Esto era el culo del mundo.
Madge baja la ventanilla y se asoma.
- El cuadradito naranja es para tomar precauciones -me susurra, antes de volver a arrancar.
- ¡Madge! -me quejo, como una niña pequeña.
Pero solo un grillo me responde, mientras las luces traseras del coche de Madge se alejan. Entonces me doy cuenta de lo cómoda que me siento aquí, en territorio salvaje. Bueno, sola no; con el grillo.
Respiro profundamente, inhalando el olor de la humedad, de la dulce savia, de la fauna nocturna, de la pureza de la hierba, del frescor de la noche. Y me siento viva por ello. Cierro los ojos. Es como una de esas noches de caza, cuando todo iba bien: puedo notar el peso del carcaj sobre el hombro, la conocida de la curva de arco contra mi mano. El murmullo del bosque, las caricias del viento en mi piel, la trenza haciéndome cosquillas al avanzar por los senderos. Solo me falta Gale.
Abro los ojos, y entonces me abruma la verdadera posibilidad de tener a Peeta tan cerca esta noche, a solas. Sé que Madge está de broma (aunque no me extrañaría nada que fuera enserio), pero un miedo nervioso se instala en mí. ¿Qué esperará Peeta de mí? ¿Hasta dónde querrá llegar? ¿Hasta dónde quiero hacerlo yo? Siempre se oyen historias, historias en las que la parte racional de la chica grita «¡Detente!» y la parte física… oh, la física no tiene intención siquiera de plantearse nada, es todo instinto. Y no disfruta de nada, o lo estropea, o se amarga por hacer algo de lo que luego se arrepentirá, o… Espera. ¿Me estoy planteando la posibilidad de perder mi virginidad esta noche, como quién tacha patatas de la lista de la compra? Espera de nuevo. ¿Acabo de meter “tachar la palabra patatas” y “perder la virginidad” en una misma frase?
- ¡Katniss!
Me giro y veo una linterna apuntándome a los pies. Camino hacia él como una polilla vuela hacia la luz, vaciando por completo mi mente. E intentando no volver a meter el pie hasta el tobillo dentro de un charco embarrado.
- Peeta -suspiro.
Él ignora el suelo embarrado y llega hasta mí con dos zancadas. Me apoyo en su pecho y me atrae hacia él, hacia sus labios. Wow, Madge tenía razón: este es un claro caso de Peeta-sequía. Después de pensar en tachar patatas, ¿qué dignidad puedo perder ya por decir algo así?
- ¿Dónde estamos? -pregunto, frunciendo el ceño en la oscuridad. Al menos así no me ve comportarme como una cría de tres años.
- No sería una sorpresa si te lo digo -contesta, cogiéndome la mano.
Echamos a andar, hacia Dios sabe dónde. Bueno, Dios y Peeta.
- Tengo un secreto oculto: no soy de las que adoran las sorpresas.
- ¿Por qué no me sorprende? -dice, y por su tono de voz adivino su sonrisa.
- ¿Por qué tampoco te gustan? -pruebo.
Ríe.
- Eres cabezona.
- Exacto -meto el pie en otro charco. Enseguida pego un saltito. Wow. Hoy mi parte de cazadora sigilosa, alma del bosque y gemela secreta de las ardillas se está luciendo. Al menos, los tacones son de Madge. ¡Buajajaja, venganza!-. Y sin sorpresas -bufo.
«Ahí Katniss, que note todo lo que se ha perdido durante estas semanas, ¿eh? Demuéstrale con tu increíble y desbordante personalidad que eres la mejor de lo mejor», me digo. Exacto: tengo un humor de perros como naturaleza. ¿Qué le gustará a Peeta de mí? Tal vez sea un amor de esos que no puedes evitar, como el de las top models hacia el chocolate blanco o el de Julieta a Romeo. Te ha tocado y te aguantas, aunque no sea lo más conveniente (y también aunque el último ejemplo suene mejor).
Oh, los nervios hacen estragos. Y mis pensamientos de por sí normalmente ya son estragos. Esto va hacia abajo en picado… y de nuevo hay un charco.
- Cierra los ojos -susurra Peeta.
- Creo que será suficiente si apagas la linterna -objeto-. He metido dos veces el pie en un charco -añado. Cuatro, en realidad, pero eso a él no le hace falta saberlo.
Se pone frente a mí (cerca. Muy cerca. ¡Yupi!), y apaga la linterna.
- ¿Sabes lo mucho que te he echado de menos? -dice, acariciando mi mejilla.
- ¿Esto es una estrategia? -susurro, inclinándome sobre su pecho.
- Puede -contesta contra mis labios, antes de emplearlos para cubrir los míos.
- Porque funciona -murmuro contra su boca.
- Hhmmmm… -es todo lo que puede contestar.
Yo, ni siquiera eso.
Me cuelgo de su cuello un rato, hasta que es él el que tiene la fuerza y voluntad suficientes para separarse.
- ¿Cuándo hay que cerrar los ojos? -digo alegremente. Demonios, en serio le funciona.
Me rodea y siento sus manos en mi cintura.
- Ahora -me susurra en el oído, y un escalofrío me recorre cuando sus labios rozan el lóbulo de la oreja, haciendo temblar mis rodillas. Oh, en serio, no soy una guarra, pero si se presenta la ocasión con Peeta, no creo que tenga algo que pensar, al menos que no tenga que ver con su… todo.
Me guía unos minutos más, mientras doy pasos pequeños y firmes, intentando demostrar que aún me queda algo de la experiencia entre árboles a pesar de notar el fuego recorriéndome donde sus palmas calientan la piel de mi cadera, incluso a través de la suave tela del vestido.
- Ya -susurra-. Abre los ojos.
Lo hago, y la oscuridad sigue rodeándome. Y entonces me doy cuenta de que estoy equivocada. Unas lucecitas brillan unos metros colina abajo, bailando a causa del viento y rompiendo la negror de la noche. Decenas de lucecitas, formando un gran… rectángulo, y dentro de él hay  bultos que no consigo distinguir bien qué son. Doy un paso más, pero Peeta me retiene por la cintura.
- Mira.
Sigo mirando, y entonces veo la onda. El suelo se ondula, formando un espejo negro. Y entonces lo entiendo. Lago. Es el lago. No había venido aquí sin mi padre.
Las lágrimas empañan mi vista y todo se vuelve negro de nuevo. Las alejo rápidamente para seguir contemplando el lago, pero vuelven de nuevo.
- Peeta… -susurro, sin voz.
- Katniss, yo… creí que… -empieza a balbucear. Después cambia y empieza a maldecirse. Cosas como idiota y deberías pensar las cosas. Quiero decir, sinónimos.
¿En serio cree que …
Me giro y le miro. Él me devuelve la mirada, sus dos trocitos de cielo nublándose, pero rodeo su cuello con los brazos y encajo mi rostro contra el hueco de su cuello antes de que diga nada. Las lágrimas mojan su piel, pero parece no importarle. Ni siquiera sé si le molesta. Me rodea con los brazos y agacha la cabeza para cubrir mi cuerpo con el suyo, protegiéndome de cualquier mal.
- Has traído a mi padre de nuevo -digo contra su cuello-. Gracias.
Porque esto, es más de él que cualquier objeto que pudiese pertenecerle. Es… era, una parte de su alma. Y ahora es nuestra.
- Ya sabes por qué lo he hecho -dice.
- Me gusta oírte repetirlo.
Me separo un poco para mirarlo a los ojos. Incluso en la más espesa oscuridad, brillan, y puedo ver todo lo que me quiere decir en ellos.
- Te amo -susurra.
Le beso rápidamente y junto nuestras frentes.
- Te amo -digo yo.
Y echo a correr colina abajo arrastrándolo detrás.  Rio como cuando era pequeña cuando resbala en la hierba y se desliza colina abajo como si estuviera subido en un trineo, y levanta los brazos como si estuviera montando en una montaña rusa. Yo me dejo caer de lado y ruedo por la hierba como si fuera una croqueta gritona. No tengo tanto estilo, pero me falta el aire entre carcajada y carcajada. Me pego contra su espalda al final de la colina, cerca de la orilla. El rumor del agua y mi respiración agitada son todo lo que se escucha.
Parece que mi amigo el grillo se ha ido a casa.
Miro el cielo, azul y oscuro, negro en algunas zonas, con las estrellas brillantes allí colgadas. Y entonces la mayor estrella de todas mete su cabezota en mi campo de visión y estira su cuerpo junto al mío. Aparta el pelo de mi cara, como si tuviera restos de hierba, y me mira fijamente. Abre la boca para decir algo, pero lo beso y sus palabras se convierten en un gruñido ronco cuando ruedo y me coloco sobre él, con la colina de mi parte. Ni siquiera necesito la manta con las velas: aquí tengo todo lo que necesito. Empieza a acariciar la piel expuesta de mi espalda y la arqueo, intentando acercarme más a él. Intenta sentarse, y después de unos segundos probando lo consigue sin tener que apartar sus labios de los míos. Rodeo su cadera con mis piernas, acercando zonas muy sensibles del uno y del otro. Y el beso se transforma. Toda la delicadeza se esfuma y cualquier forma de beso conocida anteriormente queda degradada. Atrapa mi labio inferior entre los suyos mientras mis manos bailan por su cuerpo, intentando encontrar los malditos botones de su maldita camisa. Acabo encontrándolos, y con dedos temblorosos desabrocho uno a uno. Temblorosos por la anticipación, nada de nervios. Sentir a Peeta así de cerca, de esta forma… siento que va a sustituir mis tardes en el bosque. Es natural, y mi mente no me juega una mala pasada. Está calladita y de acuerdo, muy complacida a decir verdad. No somos un solo cuerpo. Por eso se disfruta. Porque su piel contra la mía no se fusiona por mucho que se rocen, porque sus labios provocan a los míos porque no siempre permanecen juntos. Y porque su corazón late mucho mejor junto al mío cuando me despido del vestido y juntamos nuestros pechos. Somos dos. Dos y uno.
Desabrocho sus pantalones y se deshace de ellos con unas rápidas patadas, justo después de que sus zapatos salgan volando por los aires. Y la corriente caliente me recorre. Me dice que estoy preparada, que no hay miedo ni incomodidad, que va a estar bien y que no es nada malo, ni sucio ni depravado. Que es amor.
Peeta nos pega la vuelta y se coloca sobre mi cuerpo, apoyando un codo y tensando la otra pierna para no aplastarme. Jadea contra mi boca y acaricia mi pelo, que por muy liso que lo hubiera dejado Madge ahora está totalmente revuelto. Y me gusta. Sonrío contra su boca y susurro:
- Está bien si me pongo yo encima.
Noto como sus mejillas se tiñen de rojo, a pesar de todo. Es mi Peeta.
- Debes estar incómodo -insisto.
«Vamos, di rápido que sí y ya podremos continuar con todo lo que sigue después».
Abre los ojos y me toca la mejilla ligeramente.
- ¿Estás segura?
Vuelvo a besarle y empujo su pecho ligeramente, lo que entiende como un «nací segura», y se deja llevar. Vuelvo a estar yo encima. Mi pie toca entonces la orilla mojada y fría del lago. Lo aparto como acto reflejo, pero eso y el rápido pulso de Peeta me dan una idea.
- Ven -digo, y ruedo para tumbarme a su lado.
Me levanto, en ropa interior, y no me ruborizo. Porque veo en sus ojos que le da igual si estoy delgada por el hambre, si mi conjunto de sujetador y braguitas blanco es soso, o si mi cuerpo no es una escultura perfecta, con mi ancho hueso de la cadera y torso más delgado. Él realmente me ve.
Se levanta, también en ropa interior, y entonces susurro.
- Cierra los ojos.
Obedece, aunque susurra con una tímida sonrisa:
- Creía que no te gustaban las sorpresas.
- Nada es como se supone que debería ser cuando se trata de ti, Peeta -digo, besando su pecho.
- En el buen sentido -susurra.
- En el más estricto buen sentido -corroboro-. Como enamorarse -añado, y su sonrisa es más grande. Abre un poco los ojos, pero yo le chisto y vuelve a cerrarlos.
Me desprendo de la ropa interior y la dejo cuidadosamente lo más cerca posible de la orilla, aunque en la parte seca. Meto un pie en el lago y respiro hondo. Noto pinchazos por el frío, pero da igual.
- No abras los ojos, eh -repito.
Peeta asiente sin decir nada, tragando. No sabe lo que le espera, conmigo así en este lugar. Oh, seguro que tengo una ligera idea de lo que pasa por la cabeza. Y más cuando escucha mis gemiditos cuando corro directamente lago adentro, ignorando la temperatura del agua. Parezco un gatito maullando. Y Madge viene a mi mente: Pequeña gata. Oh, no. Ahora puede. Antes era una tigresa.
Nado hasta que el agua me cubre hasta el pecho haciendo pie, y llamo a Peeta. Parece que esté loca. Puede. En este momento, sinceramente, me da igual. Y cuando veo la sorpresa en su rostro, sus ojos desorbitados al mirar mi ropa interior cerca de sus pies, algo me dice que esto no era lo que se esperaba.
- ¡Vamos! -grito.
Una sonrisa traviesa cruza su rostro y me sumerjo en el agua cuando sus calzoncillos descansan junto a mis braguitas. Una cosa es tenerlo desnudo cuando estamos como antes, y otra en la distancia, helada hasta los huesos. Juro y perjuro que como no esté junto a mí pronto me abalanzaré sobre él allí fuera y punto, helada o ardiendo.
Cuando emerjo está a unos pocos metros, y nado hasta que solo hay centímetros separándonos. Nos quedamos quietos unos segundos, mirándonos a los ojos y, supongo, meditado las opciones menos incómodas. Entonces su mano acaricia lentamente mi mejilla, recorre el mentón, y sigue por mi hombro hasta mi brazo. Sus dedos me hacen cosquillas. Cierro los ojos y espiro, concentrándome tan solo en ese contacto, como cuando voy a disparar con el arco. Toda yo me centro en ese acto. Finalmente coge mi mano y me acerca a él con un tirón muy suave. Yo me dejo arrastrar con el agua y rodeo con un brazo su cuello, teniendo acceso a su nuca. En serio, adoro acariciar su nuca. Junto nuestras frentes y jadeo cuando nuestros cuerpos se juntan completamente, como un puzle. He dicho que éramos dos cuerpos distintos, no que no pudiéramos momentáneamente convertirnos en unos. Oh, y sin ropa es mucho más sencillo. Ahora sí noto su corazón bombear fuertemente contra mi pecho, y pongo una mano sobre él. Sus brazos me rodean la cintura, alzándome para estar a la misma altura, y cuando su palma, caliente a pesar del agua, se presiona en mi espalda, no puedo evitar robarle un beso. Él se toma la misma libertad. Separo nuestras frentes y le miro a los ojos. Limpio algunas gotas que corren desde su pelo y solo acentúan su aspecto angelical.
- No parece real -murmuro-, pero es lo más real que he vivido en mi vida.